Hace poco tiempo me llegó un correo electrónico en el que se describía un problema de matemáticas prototípico de la educación de EGB en los años 70. La formulación del problema era la siguiente: “Un campesino vende un saco de patatas por 1.000 pesetas. Sus gastos de producción se elevan a 4/5 del precio de la venta ¿Cuál es su beneficio?”.
Según este correo la formulación actual del problema para un alumno de primero de la ESO sería: “Un agricultor@ vende un sac@ de patatas por 1.000 pesetas. Los gastos de producción se elevan a 800 pesetas y el beneficio es de 200 pesetas. Actividad: subraya la palabra ‘patata’ y discute sobre ella con tu compañero@. Si no sabes hacerlo no te traumatices, que no pasa nada”.
Con este texto, el neuropsicólogo Javier Tirapu Ustárroz en su libro ¿Para qué sirve el cerebro?, inicia el capítulo sobre la educación para explicarnos que es necesario introducir en la pedagogía y en la educación los nuevos conocimientos en neurociencias a fin de conseguir que el profesorado actúe sobre el cerebro, no solamente sobre la mente. Por tanto, nos plantea que los docentes deben mejorar sus habilidades didácticas para enseñar a partir del análisis de las posibilidades del estudiante para aprender. Javier Tirapu propone la construcción de una nueva ciencia, la neuropedagogía, «que aporte un nivel de análisis que posibilite definir como se imbrican los procesos educativos y el cerebro».
Como docente he constatado, tanto en la carrera como en toda mi experiencia profesional, que hasta ahora no se han contemplado los mecanismos neuronales de los alumnos como objeto de estudio. La actuación sobre los educandos es únicamente de carácter psicológico. Las diagnosis de los alumnos con dificultades de aprendizaje son elaboradas sobre la base psicológica mediante test que intentan determinar el tipo de trastorno psicológico asociado. Dichos dictámenes son normalmente correctos pero no proponen actuaciones que incidan directamente sobre la estructura neuronal, sinapsis y nuevos circuitos cerebrales, sino sobre habilidades y actitudes que, posiblemente, no estén basadas científicamente en las neurociencias. En muchos casos se crea un grupo de trabajo para decidir cómo ayudar a esos alumnos dictaminados.
Tras el dictamen por expertos (normalmente psicopedagogos) los profesores establecemos estrategias para ayudar a los alumnos. Entre todos aportamos ideas y experiencias anteriores para actuar con ellos. Sin embargo no es habitual decidir las intervenciones sobre los alumnos a partir de evidencias y conocimientos de las neurociencias.
Con la experiencia que he adquirido a través de los años he aprendido que hay factores que ayudan a la creación de una personalidad y estructura equilibrada de los alumnos a partir del trabajo emocional.
Las intervenciones sobre las actitudes y, en especial, sobre la autoestima de los alumnos son importantisimas, ya que una buena comprensión de sí mismo y de la propia valoración ayuda a crear nuevos circuitos neuronales. He visto avanzar a los alumnos cuando se han incrementado sus dosis de autoestima. Pero la autoestima no se consigue simplemente con el deseo del individuo o del profesor, se consigue mediante la ayuda del profesor y, sobre todo, el afecto. El afecto es una fuerte argamasa que consolida otros procesos mentales, en este caso los imbricados en el aprendizaje.
Me temo que Javier Tirapu no estaría muy de acuerdo con mi experiencia en los casos en los que la autoestima se debe fomentar. En el capitulo dedicado a la educación considera que debemos dar más importancia a los conocimientos y disminuir la importancia de la sobrevalorada autoestima de nuestros alumnos. Es por ello que al comienzo del capítulo sobre la educación nos compara dos enunciados de problemas en dos contextos escolares separados por 40 años. En los años 70 se incidía unicamente en los contenidos y las habilidades asociadas para poner en juego todos esos conocimientos y resolver el problema, por contra en la actualidad, la caricaturización del enunciado desea recalcar que no importa ni el conocimiento ni las habilidades para resolver el problema, sino que es la autoestima del alumno la que debe ser aumentada, y por nada del mundo, hundida.
¿Por qué Javier Tirapu considera que, de acuerdo con la neurociencia, los conocimientos son más importantes que la autoestima de los alumnos?
Tal vez, hemos malinterpretado la necesidad de autoestima de los alumnos y al haber focalizado tanto en este aspecto nos hemos olvidado de que sin materia prima (conocimientos e información) no podemos elaborar conductas inteligentes.
Veamos qué es la neuroeducación
Los cerebros humanos paleolíticos eran más grandes que los actuales. Se deduce que el esfuerzo por encontrar estrategias para mantener la supervivencia del individuo y del grupo crean mejores y mayores circuitos neuronales. Lo mismo le ocurrió al lobo, que al ser domesticado disminuyó su volumen cerebral. Ergo, la Neuroeducación debe aprovechar estas investigaciones para emplearlas en la didáctica del día a día.
A lo largo de la historia, sostiene Tirapu, el conocimiento y desarrollo humano ha permitido que la mayoría de los individuos utilicen escasamente sus cerebros puesto que algunas personas son (y han sido) capaces de solventar problemas e implementar soluciones que nos han facilitado la vida a los demás. En consecuencia cada vez exigimos menos a nuestro cerebro y dejamos de utilizar la potencialidad del mismo.
El paradigma del funcionamiento del cerebro se basa en predicciones a partir de la información contenida en la memoria que tenemos en nuestras estructuras neuronales. El cerebro evalúa las nuevas situaciones y las compara con lo que ya conoce. De esa forma resuelve muchos problemas cotidianos sin esfuerzo.
En el caso de las situaciones nuevas en las que no tenemos información suficiente para comparar patrones anteriores, no podemos hacer una predicción y en consecuencia recurrimos a la analogía. Aristóteles nos hablaba en la Metafísica de la Analogía como una de las formas del conocimiento a partir de un contenido previo, en nuestro caso, en la memoria.
En el Córtex Prefrontal se elaboran las funciones ejecutivas de nuestro cerebro, aquello que anteriormente se podía definir como mente, la toma de decisiones, los juicios, la conducta, a partir de los contenidos almacenados en la memoria.
La Neuroeducación no es trabajar solo las deficiencias sino también las potencialidades de los alumnos. El Aprendizaje y el placer están ligados pues aprendemos si nos sentimos motivados, y la motivación se despierta por la curiosidad, o por el asombro ante la realidad que nos dice la Filosofía.
Al aprender una cosa que después hemos ser capaces de evocar en el futuro deben generarse neurotransmisores como la dopamina, lo cual se logra mediante componentes emocionales (motivación, identificación, atención, curiosidad, empatía…) y por eso se establece un circuito neuronal que es fácilmente memorable por el hecho de estar asociado a una emoción.
El trío de la Neuroeducación: Funciones ejecutivas, memoria y emociones
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