Los ángeles bancarios no han existido con la forma actual, tal como los conocemos ahora; antes de siempre eran personas mortales.
Parece ser que en una de las múltiples crisis del capitalismo financiero, concretamente en la del 2008 consiguieron mutar socialmente y adquirieron la virtualidad existencial. Por lo que contaron quienes vivieron y sufrieron la transformación, ya 20 años antes comenzaron a desaparecer del mundo real. Antaño eran personas que hablaban contigo en una mesa o en la ventanilla de pagos e ingresos del banco. Se denominaba «el banco» de forma coloquial cuando alguna persona (a la que apelaban con el mote de cliente) se dirigía a una tienda donde se comerciaba con el dinero de esas personas.
Cuentan que conocías al director de «tu banco» y, a pesar de saber que él siempre miraba más por los intereses de la entidad bancaria que por los tuyos, sí que es cierto que orientaba a todos sus clientes para gestionar adecuadamente su dinero.
Con el tiempo aparecieron nuevos rituales bancarios y al que denominaban cliente al principio de siempre ya no era la persona que iba «al banco» a gestionar su dinero sino que los nuevos clientes pasaron a ser exclusivamente los amos del banco y sus accionistas.
Al que denominaban cliente se le revalorizó como propiedad mercantil sin derechos, ni humanos ni financieros y se le explotaba desangrando literalmente su esfuerzo y su futuro, no sin que muchos de esos infrahumanos colaboraran con su ignorancia.
En el ahora de siempre, los bancos son entidades celestiales, son ángeles de los que se especula si son caídos o si están a la diestra de Dios. Aparecen en algunos medios de comunicación cuando quieren explicar a cuánto ascienden sus beneficios o cuando nos quieren convencer de sus «obras sociales».
Operar con ellos en persona es imposible, estos ángeles interponen rituales cansinos para que los ancianos no vayan a manchar con sus sucios zapatos sus tiendas. Las tiendas del dinero ya no tienen ventanillas, ni cajas fuertes, ni mostradores… son como clubes del hogar del anciano, con muchos folletos de colores para que los recojas como cromo o como premio; también tienen algún apartado cuenco con unos pocos y coloridos caramelos con el logo celestial del banco.
Parece ser que sus sacerdotes han perdido su cualidad de «empleados del banco» y han pasado a ser chicos y chicas becarias con sueldos escasos pero amplias expectativas y ambiciones.
Mientras tanto, todas las liturgias se realizan por el smarphone, el ordenador y, en ocasiones, por unas ventanillas que están en algunas calles con la dedicación a los, antaño, cajeros (parece ser que eran señores que recogían tu dinero y, a veces, te devolvían una cantidad -siempre inferior a la que habías ingresado en el pasado-)
Lo más impactante de la virtualidad de estos ángeles bancarios es que hace muchísimo tiempo que consiguieron que la mercancía que llevábamos a sus tiendas, después de trabajar duramente y ser pagados con papelitos de colores (a eso en el antes del siempre lo denominaban dinero) haya desaparecido y simplemente veamos unos números (muchas veces en color rojo que te recuerdan cuánto de tu futuro les debes) y que sin apenas tocar nunca esos papelitos de colores puedas ver como te suman una pequeña cantidad cada mes desde el sitio en el que dejas tu vida y restan inmediatamente para pagar diezmos (y otras cantidades superiores) por tu propia casa, así como el intercambio numérico del ritual al introducir tu trocito de plástico en la TPV de cualquier otra tienda)
No nos desanimemos, en un futuro próximo bajarán de los cielos y los Ángeles Bancarios nos pedirán que les demos mucho más de nuestro futuro para rescatarlos… tal vez de ellos mismos.